abril 05, 2010

Se terminaron las vacaciones

Entonces hay que regresar al DF, a la gran ciudad. A la ciudad más misteriosa, la más sensual, la más peligrosa; la mejor amante. Hay que entrar de nuevo al metro, la cadena que nos transporta de sueño en sueño, para volver a ver caras con muecas diversas, en las que se refleja el paso del tiempo, en las que algunas veces reconocemos cómplices, otras enemigos. 

Mientras llego a mi destino mis ojos empiezan a fijarse en los detalles. Hay gente que parece estar bien, contenta. Otros son indiferentes, la gran mayoría; han aprendido a no mostrar sus sentimientos, a ser una especie de autómatas; ellos son los que sobreviven de mejor manera aquí. De pronto veo a un hombre, de semblante completamente triste. A través de sus enormes ojos negros, negros como la noche más oscura, podía observarse el gigantesco agujero que aquejaba a su espíritu. Su cara estaba inmóvil, ocasionalmente su ceja izquierda se levantaba repetidas veces, a gran velocidad; era una especie de reflejo que se desencadenaba cuando respiraba más profundamente. El hombre estaba cansado de llorar, parecía estar a punto de desfallecer. Tocaba, con movimientos lentos y armoniosos, su descuidada barba, de tal vez dos semanas. El metro se detuvo en Viveros, el hombre se paró, me dirigió una sonrisa torcida y se fue.


1 comentario:

DZVLA dijo...

Te estaba tirando la onda el de barba?? O_o? jaja! just kidding... qué bueno que ya vas a escribir más seguido. Saludos!