noviembre 27, 2008

Tertulia

La casa abandonada en la calle "Esperanza" era su lugar de reunión; las paredes estaban carcomidas y un poco de musgo crecìa en el lugar donde se juntaban con el techo. Ellos gustaban de estar juntos, comprar una buena botella de wiskey y platicar largas horas, siempre de cosas irrelevantes.
Los cuatro eran amigos desde la infacia, crecieron juntos. Ahora que apenas alcanzaban la mayoría de edad, sus caminos eran cada vez más lejanos y diferentes. Las visitas a la casa eran esporádicas, por lo cual cada vez duraban más tiempo dentro de la casa, querían compensar el alejamiento inevitable que estaban sufriendo.
Jesús tenía la cara alargada, facciones toscas y marcas de acné en las mejillas. Desde hacía unas semanas estaba invadido por una nostalgia muy profunda: había encontrado a su novia cogiendo en su cama, debajo del Morrison que, a falta de fe católica, hacía las veces de "Señor-Jesús-que-nos-cuida-en-el-sueño". La cara de ella era lo que no se podía quitar del pensamiento, le dolía sobremanera haberla visto tan excitada, mordiendo sus labios para reprimir el gemido sobrehumano. Todas las noches lo despertaba el mismo sueño: encontraba a Liliana, su novia, en su cama, cogiendo con un chivo; éste lo miraba de reojo, súbitamente dejaba de penetrar a Liliana y corría hacia él, le enterraba los cuernos en el estómago y le arrancaba el pene de una mordida.
Al fin, después de casi un mes de no poder dormir bien y de ser atormentado por aquellos recuerdos, Jesús tomó la decisión de contarle a sus amigos lo ocurrido.
Entraron en la casa, Rafael sacó de la mochila el wiskey, una botella de Coca-Cola, sudada por el brusco cambio de temperatura, y dos cajetillas de cigarros. Felipe prendió las tres veladoras que hacían las veces de focos y alumbraban tenuemente el espacio que anteriormente era la sala. Ismael, como era costumbre, amparado con las pequeñas flamas de las veladoras, empezó a armar el tan elogiado churro. Jesús, último en entrar a la casa, cerró la puerta por dentro, agarró los cuatro cojines apilados en una esquina y se los ofreció a cada uno de sus amigos, guardando uno para él.
Empezó el relato. De cuando en cuando, Jesús dejaba a sus oyentes esperando el final de una frase, interrumpido por un trago de wiskey, uno de Coca-Cola, una fumada de tabaco y dos de mota. Describió a Liliana, sus senos pequeños y firmes, sus caderas escurridas, sus piernas; contó a detalle la postura en que había sorprendido a su novia y a su amante: él, acostado boca arriba en la cama, ella cabalgando el pene de su amante, miembro casi el doble de grande que el del propio Jesús... le dolía confesarlo.
Los tres oyentes no podían evitar excitarse por el relato, aunque sabían que no debían hacerlo. Cuando Jesús les contaba el sueño que lo atormentaba desde hacía muchas noches, oyeron el crujir del techo de la casa, de lámina. Los muros comenzaron a agrietarse, las ventanas se rompieron, y, en cuestión de unos segundos, sólo quedaron escombros de la antigua construcción. Los cuatro murieron, asfixiados por la falta de oxígeno y por haber inhalado medio kilo de polvo cada uno. El primero en morir, según el médico forense, fue Jesús, el último, Felipe. Jesús dejó de ser atormentado por sus pesadillas y recuerdos.

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