agosto 17, 2009

Hurgando

Hurgando entre un montón de papeles que estaban en mi cuarto encontré dos hojas rotas, tristes. Una era el borrador de mi primer carta sincera, palpitante, roja y estúpida; la otra, una hoja en blanco en la que siempre quise poder retener el beso que respondía a mi primer carta, pero que, en cambio, estaba tiesa y arrugada por las miles de lágrimas que alguna vez derramé sobre ella. Volteé el colchón de mi cama y me sorprendí al ver una mancha que pensaba extinta por el paso del tiempo, una mancha roja, ahora roja oscura, cubierta por un poco de olvido y otro de tristeza, de añoranza. Entre las costuras del colchón quedaron atrapados un par de espasmos, 6 o 7 colillas de cigarro y el final de Farhenheit 451. En el cenicero de cristal, ya opaco, había boletos de metro quemados, cuatro semillas de marihuana, una G rota y otra G, más rota aún.

Caminé hacia el librero, y la duda metódica de Descartes se escapó de la primera meditación para volver a atormentar mi cerebro, como lo había hecho hace unos cuatro meses. "No importa si no estás seguro de tener algún tipo de conocimiento", replicó Marx, "lo que importa realmente es la lucha de clases".

Dos lavadoras me vieron feo cuando cruzaba el patio para ir a la calle. Un perro me olió y me siguió un buen tramo, luego empezó a coger con una perra. Dos asaltantes (negros) me ofrecieron comida y un churro. Una monja me ofreció leche materna, directo del envase.

Llegué a la Unam, me subí en el dragón azul de la ruta 5 hasta llegar a la facultad de Filosofía (sí, con mayúscula), entré a la clase de Ontología (por supuesto, con mayúscula) para escuchar la explicación de por qué hasta Dios (mayúsculo), según Picco de la Mandella, nos tiene envidia (a los seres humanos).


"Jai, can ai com in?"
"Yes"
"tenc yu"

Se acabó la clase de inglés.

Tomé alcohol con Carlo, fumamos muchos cigarros y, con la intimidad que sólo una cortina de humo de tabaco puede ofrecer, discurrimos acerca de cómo es que los ángeles pueden aprehender (no pudimos reprimir los grandes esfuerzos de Descartes por salir de nuevo).

La hamburguesota con corona nos dió de comer (recordamos a Kundera, sin poder evitar una sonrisa). Lo dejé en el pesero que lleva a metro cu y regresé a mi cueva.

Ahora estoy escribiendo esto, y ahora también.

1 comentario:

Malabar dijo...

hamburguesa-kundera-lavadoras